NOTICIAS INSTITUCIONALES

Décimo encuentro del ciclo virtual “Cerebro y Mujer II: Mitos, Realidades, Distintas Perspectivas”

Participaron, la Gerenta de Evaluación y Planificación del CONICET Cynthia Jeppesen; las bioantropólogas del CONICET Jimena Barbeito Andrés y Paula González y la antropóloga del Consejo Ana Ramos. El próximo encuentro será el 12/11 a las 18h.


Décimo encuentro del ciclo virtual “Cerebro y Mujer II: Mitos, Realidades, Distintas Perspectivas”.

Fuente: https://www.conicet.gov.ar/decimo-encuentro-del-ciclo-virtual-cerebro-y-mujer-ii-mitos-realidades-distintas-perspectivas/

Se llevó adelante el décimo encuentro del ciclo virtual “Cerebro y Mujer II: Mitos, Realidades, Distintas Perspectivas”, organizado por la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencias y Sistemas Complejos (ENyS, CONICET-HEC-UNAJ) y la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT).

Para ver el décimo encuentro virtual completo, haga click aquí.

Cynthia Jeppesen, Gerenta de Evaluación y Planificación del CONICET, fue la encargada de la primera presentación donde expuso acerca de un estudio iniciado en marzo 2020 realizado desde la Gerencia de Evaluación y Planificación sobre “Trayectorias de investigadoras e investigadores del CONICET (1985-2020)” con la consultoría de Graciela Riquelme, investigadora principal retirada.

“¿Por qué y para qué este trabajo?”, indaga Jeppesen quien inmediatamente responde: “Hay una vasta experiencia en evaluación de individuos en la carrera científica, pero es escaso el conocimiento acerca de las trayectorias en la Carrera del/la Investigador/a Científico/a (CICyT) del CONICET, una carrera que está mediada por procesos de evaluación. Hasta el momento hay poco conocimiento sobre lo que ha acontecido con el conjunto de la carrera a lo largo del período que estamos analizando. Además, este trabajo permite fortalecer nuestros equipos técnicos”, explica la especialista.

Dicho estudio propone la caracterización de trayectorias con perspectiva de género, a partir de tendencias de la dotación de científicos y científicas del CONICET por categorías, áreas de conocimiento, localización geográfica e institucional; la interpretación de acuerdo a períodos de política científica, contexto y gobernanza y modalidades de evaluación y una aproximación a la definición de “tipos de trayectorias” según perfiles por categorías, género y áreas del conocimiento.

“La evaluación moldea trayectorias por eso hay que tener cuidado en cómo se implementan los procesos de evaluación”, explica la gerenta del CONICET.
Luego, expuso con cifras acerca de la evolución temporal de la dotación de la CICyT, la feminización de la CICyT donde la tasa de crecimiento siempre ha sido a favor de las investigadoras a nivel global. Asimismo, destacó que en todas las grandes áreas del conocimiento hay menos mujeres que varones en las categorías superiores.

Para finalizar, Jeppesen plantea el interrogante de cómo se pueden explicar esas diferencias de tiempo de permanencia y promoción según maternidad y cuidados, forma de producción y organización de grupos y la forma de difundir resultados de IyD en publicaciones. ¿Inciden estas y otras dimensiones en la evaluación de trayectorias? Planteamos en un futuro poder relacionar estos análisis dinámicos y estáticos con las dimensiones de evaluación para ver si podemos explicar de esa manera si la evaluación influye en las trayectorias de las investigadoras e investigadores.

Luego, fue el turno de Jimena Barbeito Andrés, bioantropóloga e investigadora asistente del CONICET en la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencias y Sistemas Complejos (ENyS, CONICET-HEC-UNAJ), con su charla sobre “Experiencias tempranas en el desarrollo: discusiones y comunicación ¿basadas en evidencia?”.
Barbeito Andrés, compartió reflexiones basadas en autores y autoras que proponen pensar la manera en que estas experiencias ocurren muchas veces y han implicado discursos o visiones estigmatizantes hacia las mujeres.

“La idea es pensar cómo ese conocimiento producido en nuestra área se discute y se comunica, y además si eso que se discute y se comunica está basado en lo que dicen los trabajos. La idea no es cuestionar la solidez de estos trabajos sino pensar cómo interpretamos estos resultados, cómo se discuten y qué aparece para la mayoría de las personas en relación a esto en los medios de comunicación e incluso cómo se comunica dentro de ámbitos académicos”, explica la investigadora.

Hay trabajos tradicionales que muestran que el ambiente (en un sentido amplio) tiene una importancia fundamental en la regulación del desarrollo. Barbeito, remarca un hito que son los trabajos de la década del `80 de David Barker, epidemiólogo que propuso una hipótesis de que ciertas enfermedades cardiovasculares y metabólicas tenían cierta predisposición por estar en condiciones adversas en los primeros momentos de vida. Luego, habló sobre cuáles son los factores que durante la vida temprana comienzan a delinear ciertas condiciones de salud y enfermedad.

Posteriormente, se adentró en la Epigenética, un concepto debatido que se define como el estudio de los cambios heredables que no están codificados en los genes. Además, la bioantropóloga resalta que ciertos factores ambientales pueden inducir cambios epigenéticos.

Luego, presenta un artículo de Nature llamado “No culpen a las madres” (Don´t blame the mothers), que sugiere que una discusión poco cuidadosa de la investigación epigenética sobre cómo la vida temprana afecta la salud a lo largo de las generaciones podría dañar a las mujeres, según advierten Sarah S. Richardson y sus colegas (autores/as del artículo).

“Ciertas simplificaciones en trabajos de esta área han puesto a las mujeres en el lugar de chivos expiatorios a los que se culpabiliza por hábitos individuales. Esto aumenta la vigilancia sobre los cuerpos de las mujeres y porque, además, soslaya cuestiones que tienen que ver con lo que ocurre más allá de los hábitos individuales”, sostiene el artículo.

“El trabajo es muy interesante porque muestra con ejemplos concretos de titulares de notas como se culpabiliza a las mujeres gestantes”, afirma Barbeito Andrés, quien brinda dos ejemplos de notas para ilustrar el trabajo: “¡Mejora el ADN! Abrazar mucho a los hijos, los cambia para bien, según la ciencia, y “Sos lo que comió tu abuela”. Dichos ejemplos sirven para plantear lo que discuten autores y autoras al respecto.

“Nos hacen pensar que se trata de un problema individual y omite la existencia de contextos. Si centramos las discusiones en los individuos es probable que pensemos en un problema individual. Uno de los llamados que hacen las y los autores de este trabajo nos impulsan a pensar en la complejidad de estos problemas. Tenemos que pensar y “bancarnos” esa complejidad y salir de esa idea de perseguir una solución única. Por último, la manera en que se interpretan esos estudios reproduce a las mujeres como vectores/portadoras donde hay un imaginario sobre cómo sus acciones “salvan” o “embargan” las futuras generaciones”, explica Barbeito Andrés acerca del artículo “No culpes a las madres”.

Después fue el turno de Paula González, bioantropóloga e investigadora independiente del CONICET en la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencias y Sistemas Complejos (ENyS, CONICET-HEC-UNAJ), quien expuso acerca de “Categorías biológicas: ¿Construcción o realidad? Una mirada desde la bioantropología”.

González comienza parafraseando el concepto de razas y cerebro del siglo XIX acuñado en la actualidad por la socióloga Hilary Rose y el neurocientífico Steven Rose: “En el contexto del imperialismo decimonónico, el cerebro del hombre blanco de clase media se construyó como el estándar de normalidad. El resto, organizado por combinaciones de género, clase y raza se dispusieron en orden jerárquico, con la subordinación de las mujeres y personas de color al hombre blanco”.

A partir de la definición de raza atravesada por el esencialismo y el determinismo biológico, avanza en cómo se construyó la jerarquía de las razas a partir del estudio del cerebro de Robert Bean (1906) donde se resume que “El negro tiene las facultades mentales inferiores más desarrolladas (olfato, capacidad manual, etc.). El caucásico tiene más desarrolladas las capacidades más elevadas (auto control, ética, estética y razón)”, se desprende del estudio de Bean.

“Esto fue discutido dentro de la antropología por las implicancias racistas y ante la duda si había pruebas científicas en las que se sustentaban”, explica la investigadora.
Luego, la especialista mencionó distintos estudios antropométricos en donde se comenzaron a cuestionar la utilidad del índice cefálico para discriminar razas (Franz Boas), por ejemplo. Otro rasgo que se ha utilizado en la clasificación racial es el color de la piel. “No hay fundamento en esta clasificación que objetivamente nos permita diferenciar estos grupos”, explica la bioantropóloga.

Y sostiene: “Si el concepto de raza no es adecuado para describir la variación biológica humana, entonces por qué persiste su uso. Estas clasificaciones raciales no tienen un sustento biológico y representa como una sociedad decide clasificar a los individuos que está atravesada por otras jerarquías sociales más que biológicas. ¿Qué pasa en las poblaciones americanas como las nuestras? Tampoco tiene utilidad porque estaríamos englobando dentro de una misma categoría haciendo homogéneo algo que realmente no lo es.

En los últimos años resurge este interés por estudiar esta variación desde las neurociencias. Por ejemplo, la variación en la morfología craneofacial y neuroanatómica.

“El desafío es estudiar la variación biológica superando perspectivas reduccionistas, desde teorías que contemplen interacción entre factores genéticos y ambientales (un ambiente socialmente construido). En el campo de las neurociencias se propone el concepto de neurodiversidad en reemplazo de la categorización como “normal” y “patológico”, concluye González.

Por último, Ana Margarita Ramos, antropóloga e investigadora independiente del CONICET en el Instituto de Investigaciones en Diversidad Cultural y Procesos del Cambio (IIDYPCa, CONICET-UNRN). Además, es directora Grupo de Estudios sobre Memorias Alterizadas y Subordinadas (Gemas).

Ramos, presentó “La política de recordarlas: Mujeres y memorias”, un trabajo colectivo que tuvo como fuentes de inspiración al grupo Gemas (con sus límites porosos) y a las comunidades u organizaciones mapuche tehuelches con las que trabajamos (con sus límites porosos).

“Contar cambios que sucedieron a lo largo del tiempo en relación a las memorias de mujeres. Para entender que es la memoria citó a dos pensadores, Rosendo Huisca Melinao quien define a la memoria como a una conversación sobre asuntos significativos y a Walter Benjamin quien sostiene que la memoria es una conexión significativa entre experiencias pasadas y presentes”, explica la antropóloga.

Y avanza con una pregunta disparadora: “¿Cuáles son esas conexiones que se producen al recordarlas?” Para ello, Ana Ramos separa la presentación en tres tipos de recuerdos (podría haber muchos más). Por un lado, las mujeres “anónimas” en los archivos sobre “tierras” donde está presente la imposición del Estado inicia con el protagonismo masculino en las crónicas, los lenguajes burocráticos y los interlocutores masculinos, las políticas de sucesión y los patrillinajes.

“En principio, estas mujeres silenciadas fueron afectadas con el despojo territorial, esto hace que ellas y sus hijos migren a las ciudades”, explica Ramos.
También se las recuerda como mujeres “bravas”, es un elogio porque se habla de mujeres fuertes que se paran con firmeza frente a las injusticias. Algunos de los ejemplos son Tanünuwün (Manuela Casimiro) y Belarmina Nahuelquir.

Por otro lado, están las mujeres fuertes en los relatos familiares donde las abuelas y las madres en el seno de las familias empezaron también a ser recordadas en sus aspectos de mayor fortaleza. Algunas de estas mujeres son Margarita Burgos Chanqueo (1895), Guillermina Ramírez (1937) y Mercedes Colipan (1875).

El tercer ejemplo, son aquellos recuerdos que están acompañados con el corazón con tristeza (weñangküley piuke) que se definen en un contexto de mucha pobreza en un sentido amplio. Es un proceso donde las historias de vida se ven alteradas, “hay un trastocamiento de las categorías y las formas de vida”, explica la investigadora. Frente a estas historias surgen agendas políticas diferentes. Tenemos el caso del Movimiento de las Mujeres Indígenas por el Buen Vivir que luchan contra la abolición del chineo (violación a niñas indígenas).

Otro ejemplo es el de la Lof Mapuche Quintriqueo, una comunidad que está mayormente liderada por mujeres. Ramos, concluye con una frase de Amancay Quintriqueo, primera mujer longko de la comunidad mapuche Lof Kinxikew: “Soy la primera mujer desde la recuperación del territorio en llegar a longko como parte de un proceso natural de empoderamiento de las mujeres dentro de un machismo arraigado en las familias. La mayoría de las y los jóvenes de la comunidad decidimos cambiar, generar un nuevo círculo para que esto sane, salga a la luz y no se calle”.


Décimo primer encuentro, viernes 12 de noviembre 18h.